sábado, 29 de noviembre de 2008

Poesía Manuscrita, por Mercedes Halfon

Suplemento Radar, diario Página 12
Domingo, 23 de Noviembre de 2008

Poesía
Del autor al lector
La escena poética de Buenos Aires cambió drásticamente en los últimos años. No sólo por las lecturas y los sitios de reunión, sino también por las nuevas formas de circulación y los nuevos soportes de expresión. En este contexto, la aparición de un libro con poemas manuscritos, más que una vuelta al pasado es una forma insospechada de avanzar al futuro.
Por Mercedes Halfon

La poesía contemporánea de Buenos Aires emerge desde lugares insospechados hace apenas algunos años, muta de soporte en soporte, acompaña los tiempos: es leída y recitada a voz en cuello en lecturas muy concurridas, generalmente en bares o sótanos de zonas céntricas, o centros culturales más bien periféricos. Cada tanto uno de estos lugares es clausurado. Arma y desarma decenas de editoriales independientes que editan libritos y plaquetas como libros pero más pequeños, a veces sólo una hoja doblada en cuatro–, algunas duran apenas la existencia de un libro. Es posible encontrarla en Internet, en blogs, fotologs y páginas individuales y colectivas. Aparece en "libros objetos" diminutos, hiperdiseñados, cada vez menos parecidos a un libro, aunque hay de todo. También está en libros hechos y derechos, libros de poesía de tamaño tradicional. Entre tanto maremágnum de publicaciones –hoy publicar poesía es exactamente lo contrario que antes, cualquiera puede publicar si es su deseo, aunque sea caro, aunque después no sea leído– y de soportes distintos y evanescentes –un poeta puede ser reconocido por un blog y no haber publicado "en papel" nada–, aparece un libro como la antología Poesía manuscrita, guiado por una idea que de tan antigua lo vuelve absolutamente moderno: cobijar poemas de puño y letra de poetas, poemas manuscritos. Nada más lejano al diseño de interiores (de libros) o al blanco de la pantalla eléctricomagnética, que este casi cuaderno del que sólo hay cincuenta ejemplares numerados en el mundo, donde cada uno de los dieciséis poetas que incluye se distingue, además, por tener una letra especial, determinada desprolijidad, o por el contrario, un cuidado excesivo, un puntilloso dibujo, un trazo que habla por sí mismo igual que la palabra que bosqueja.

La edición estuvo a cargo de Germán Weissi y Laura Mazzini, dos editores y poetas muy de su tiempo, también responsables del fanzine de poesía Color Pastel, y directores de la editorial Proveedora de Droga. La idea del libro es que sea la primera entrega de una colección de poemas manuscritos que saldrá una vez por año. En este primer volumen los poemas elegidos fueron de dieciséis mujeres: Juana Roggero, Nurit Kasztelan, Ileana Kleinman, Mónica Rosenblum, Valeria Iglesias, Jimena Repetto, Romina Freschi, Noelia Rivero, Ana Laura Rivara y más. Poetas que con letras cursivas o imprentas, escriben versos como una nota o un diario, versos que pueden irse para arriba por el humor (o como el humo), dibujar una flor, o llegar a complicarse en grafías tipo médico que hacen difícil su lectura.

La letra manuscrita parece vincular la poesía con la plástica, separándola del clac clac del tipeo trasnochado en una PC. El dibujo de un pulso sobre el papel deja una impronta definitivamente personal. Recuerda incluso aquello que se decía de los expresionistas abstractos, donde las obras –los manchones de Pollock por ejemplo– eran una huella del mismo momento en que esa pintura había sido realizada. Un recuerdo de su creación. Algo similar sucede con estos poemas: su encanto reside en que parecen revelarnos ese momento íntimo de inspiración y escritura. Hay palabras y algo más, la poesía que muestra otra faceta de sí misma, un momento anterior, un misterio.

sábado, 25 de octubre de 2008

A puño y letra, Prólogo de Poesía Manuscrita por Jimena Repetto

A puño y letra, Prólogo de Poesía Manuscrita
por Jimena Repetto

Como quien busca animales en las nubes, los poetas juegan con las palabras hasta encontrar la forma justa de cada poema. Y es así, que al pensar los recursos con los que un autor funda su estética, se suele hablar del corte de verso, la elección del registro, los temas y ritmos. Más allá del oficio y los modos de asumir la escritura como práctica, el desliz de la mano lleva el pulso que vuelve irrepetible cada caligrafía. El trazo del poeta es tan particular como el universo que crea.

Al escribir sobre papel, la mano rechaza la invitación al bailecito coreográfico de las teclas y se suelta a una danza firulete. Puede ir de acá para allá desafiando la tiranía de la escalera de versos, la homogeneidad de la tipografía y disfrutar de un chapoteo sobre los charcos-tachones que quedan en el ida y vuelta de las imágenes. Esta libertad, conciente y sin diplomacia, hace del verso un dibujo. A la vez, rescata la materialidad pálida del papel, su textura y aristas, ahora que las máquinas lo andan secuestrando en el reflejo de una pantalla.

Pero nada de esto es novedad. Desde siempre y antes de que la memoria literaria tome registro, hay poemas que se interponen en el rum rum del día a día y compelen a quien los escucha a escribirlos sobre la primera superficie que aparezca. Hace tiempo, sobre paredes y piedras han quedado asentados míticos poemas. Y es sabido que cuando un ataque de inspiración acecha, las imágenes tironean hasta que la mano deja que reposen sobre una servilleta desvelada, en la puerta de un baño de estación, en una duna de playa, en el revés de un boleto arrugado, en la corteza de un árbol, sobre la superficie de un pupitre o en el barro de un día de lluvia. Tal vez sea por eso, que la poesía visual sea hoy un género-camafeo, moderno de tan arcaico.

En el pasaje de un salto, tan incierto como maravilloso, de la mano/máquina/imprenta a la mano/papel, los poemas pueden recuperar el cuadrado blanco como si fuera un lienzo. La imagen plástica se revuelca con las palabras y entre sí generan a capella el efecto arte/poético. De aquí, a la poesía visual que los vanguardistas han hecho suya, hay un histórico y personalísimo paso.

Ya a casi una década del siglo XXI, los medios electrónicos permiten que se difunda la poesía saltando fronteras con sólo tocar un botón, cada poeta puede hacer de su vida una exposición abierta a multitudes invisibles y nada de esto nos sorprende. Pero sí, debemos reconocer, que leer versos escritos a mano produce un efecto extraño. Dejemos entonces que la poesía manuscrita viaje con destino incierto. Fotografiada como una postal, lleva un poeta polizón que dibujó con el puño cada letra. Esperamos que le abra las puertas y lo aloje en sus pestañas.